LA PAZ

IMPREFECTA

El noreste de Siria sigue teniendo necesidades humanitarias,
pero está lleno de pequeñas victorias cotidianas de la gente
que quiere salir adelante

La ciudad de Raqqa, en el noreste de Siria, está en proceso de reconstrucción. Guillem Trius

La paz no es el fin de la guerra. La paz no es lo que se acuerda en los pasillos del poder. La paz no es el momento a partir del cual el sufrimiento se esfuma de forma mágica. La paz, a menudo, no es completa, pero está llena de pequeñas victorias que se construyen paso a paso.

La paz la hacen, con mucho esfuerzo, personas anónimas. Es una paz imperfecta, pero por la cual vale la pena luchar.

Un buen lugar para comprobarlo es el noreste de Siria, donde Médicos del Mundo (MdM) trabaja desde xxxx con xxx xxx. Entender qué pasa en lugares como este nos ayuda a entender qué pasa en el mundo.

El régimen de Bashar al Asad cayó a finales de 2024. Fue un momento en que todo el mundo miró a Siria, sobre todo a Damasco y las zonas que controlaba hasta entonces el régimen. El foco de la acción humanitaria se trasladó allí.

El noreste de Siria, que quedó al margen de esta atención, tiene otra realidad política y otra historia. Es la que presentamos en este proyecto para explicar por qué las necesidades humanitarias siguen siendo urgentes en esta zona que limita con Irak y Turquía.

“Las necesidades están ahí porque el número de desplazados internos aún sigue siendo alto. Los servicios básicos aún no están en marcha, e incluso los edificios aún deben ser reconstruidos”, dice Fatima Dreai, responsable de las operaciones de MdM en Hasaka y Raqqa, en el noreste de Siria.

Son zonas que hace años sufrieron combates terribles. Algunas fueron ocupadas por Estado Islámico. Se instalaron unas nuevas autoridades. La reconstrucción empezó, débilmente, hace tiempo, y miles de personas desplazadas llegaron desde otros puntos del país. Pero con el cambio político en Damasco, la incertidumbre continúa en esta zona con dinámicas sociales diferentes al resto del país.

Ahí entra en juego algo fundamental: la salud mental. Es uno de esos componentes de la acción humanitaria que gana cada día más peso. Antes no se entendía su importancia, pero en lugares como el noreste de Siria se revela como esencial. La gente lucha contra la sensación de abandono. Y construye un futuro. Como Nour y su programa de radio, Hassan y el quiosco que montó pese a sufrir las consecuencias de la guerra, Samia y su lucha para mejorar la vida de las mujeres, Amal y la preocupación por la salud mental de su gente.

Sus historias explican por qué es importante seguir trabajando aquí. Sus victorias cotidianas son los fundamentos de esa paz imperfecta. Una paz que hay que seguir construyendo piedra a piedra.

Contra el olvido del noreste de Siria

Afueras de la ciudad de Hasaka, en el noreste de Siria.
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El problema es que durante la guerra muchas enfermedades se propagaron, y aquí les decimos cómo prevenirlas y cómo tratarlas

Un vehículo entra en un barrio de las afueras de Hasaka, en el noreste de Siria. La tormenta de arena que desde hace horas nubla la vista empieza a bajar, pero el polvo aún domina el ambiente. Desde el coche, Amir Hadji, de 38 años, y Dalal Hassan, de 35, buscan conectar con el vecindario en esta zona rural.

Con el megáfono en mano, Amir habla solo unos minutos, y algunos vecinos salen para escuchar mejor. Un hombre apoyado en un bastón los mira absorto, flanqueado por una oveja. Otro abre la verja de su jardín y se acerca. Aparecen tres o cuatro personas más. Amir les alerta sobre algunas de las enfermedades más comunes y sobre qué tienen que hacer si sufren, por ejemplo, afecciones cutáneas. Les explica que hay centros de salud a su disposición.

Les explica que sus necesidades no deben caer en el olvido.

Esta labor de promoción de la salud es fundamental en zonas, como esta, apartadas de los núcleos urbanos. Porque la guerra no solo deja muertos y heridos, sino víctimas del debilitamiento de los servicios sanitarios.

Con los folletos en mano, Amir y Dalal, del equipo de promoción de salud, entran en el barrio, ahora a pie. Estos días la preocupación máxima es la sarna. Los recibe uno de los líderes comunitarios, Mohamed Helwesh, de 40 años, que escolta a la pareja de trabajadores humanitarios hasta su casa. Allí, en el salón de la planta baja, se sientan a conversar. Esa conversación es trabajo y solidaridad: Mohamed será el encargado de trasladar a las 150 familias que viven en el barrio la información sanitaria que Amir y Dalal ofrecen en cada visita.

Alrededor de la casa de Mohamed, líder comunitario en las afueras de Hasaka. Guillem Trius

Hay una ventana rota. Las moscas vuelan en el salón.

—Los folletos son sobre sarna, leishmaniasis, salud infantil… —dice Amir—. Estos folletos se distribuyen en el vecindario.

—El problema es que durante la guerra muchas enfermedades se propagaron, y aquí les decimos cómo prevenirlas y cómo tratarlas —dice su compañera Dalal—. Desde las organizaciones humanitarias se hace lo posible por que las necesidades estén cubiertas.

—El principal problema es el desempleo —dice Mohamed, el líder comunitario—. La gente no tiene trabajo. Necesitan ayuda porque no tienen dinero. Necesitamos apoyo exterior. La labor de MdM es muy buena. Cubren necesidades y nos ayudan a prevenir la sarna y otras enfermedades. Hay gente que ni siquiera sabe lo que es la sarna, no saben qué pasa con el enrojecimiento de la piel. Hasta que vino vuestro personal y explicó que esas personas tenían que ir al centro sanitario.

—Trabajamos con un vehículo y contactamos con los líderes comunitarios —dice Amir—. Vamos un hombre y una mujer, así podemos llegar a la gente. En los distritos lejanos nos comunicamos en árabe y kurdo con megáfonos, les hablamos de enfermedades infecciosas. Vamos a las casas y a los barrios a hacer visitas y saber qué enfermedades tienen.

—Tenemos muchos folletos, y vamos incorporando más. Antes de la guerra no había enfermedades de este tipo, pero la pobreza hizo que aparecieran más. La situación de debilidad hizo que hubiera más —dice Dalal.

Amir y Dalal dejan los folletos a Mohamed para que los reparta entre los vecinos. Y se van. Hasta la próxima visita.

Cuando se apagan los focos

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“El foco de muchas organizaciones está en Damasco y en las zonas que controlaba el Gobierno sirio, que antes no eran accesibles”

Esta siempre fue una zona de difícil acceso. Sufrió momentos duros que ahora intenta superar. Pero actualmente no es uno de los principales focos mediáticos: ni en el mundo ni en la propia Siria.

“El foco de muchas organizaciones está en Damasco y en las zonas que controlaba el Gobierno sirio, que antes no eran accesibles”, dice Fatima Dreai, responsable de las operaciones de MdM en Hasaka y Raqqa, en el noreste de Siria.

No es el único factor en juego. Los recortes de ayuda humanitaria del Gobierno de Estados Unidos han afectado a todo el sistema, y esta zona no es prioritaria. Hay en el aire una sensación de posguerra. Hay mucho que reconstruir. Con un poco de ayuda, las cosas pueden avanzar rápido. Pero sin esa ayuda, todo será más difícil.

Durante la guerra civil se desarrollaron estructuras autónomas en el noreste de Siria, que cubre aproximadamente un tercio del país. Es lo que ahora se conoce como Administración Autónoma Democrática del Noreste de Siria. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) controlan esta parte de Siria. Son milicias kurdo-sirias que han desempeñado un papel importante durante el conflicto. Fueron instrumentales durante la lucha contra Estado Islámico, que llegó a conquistar ciudades como Raqqa o Kobane, en la frontera con Turquía.

La región se halla en un proceso de transición, porque ha llegado a un acuerdo con el nuevo Gobierno sirio para ir cediendo paulatinamente su autonomía e integrarse en el nuevo Estado. Aún está por ver cómo será ese proceso. El contexto regional le añade vértigo, sobre todo después del anuncio del abandono de la violencia del grupo armado kurdo PKK, que estaba en guerra con la vecina Turquía y que está hermanado con las milicias kurdas en Siria.

Un proceso complejo al que la gente en el noreste de Siria no es ajena. Hay incertidumbre política, pero también social e incluso humanitaria. En una región con ciudades como Raqqa aún a medio reconstruir, la asistencia médica se revela como esencial. MdM actúa en la zona con apoyo a x centros con x x x x x x .

“Necesitamos más ayuda de fuera, más apoyo, especialmente para las afecciones cardíacas y la diabetes”, dice Jumana Ahmed Abid, que trabaja en un comité de salud de las autoridades kurdo-sirias de la región. “Necesitamos más recursos para tratamientos. Faltan medicinas, necesitamos más ayuda de las organizaciones”.

Con su pañuelo blanco y su vestido verde turquesa, Jumana Ahmed Abid, de 56 años, habla desde uno de los centros sanitarios en Hasaka.

Jumana Ahmed Abid trabaja en un comité de salud de las autoridades kurdo-sirias del noreste de Siria. Guillem Trius
“Hemos dado información a las mujeres sobre la lactancia, sobre medicamentos y sobre violencia de género”, dice.

Insiste en la función esencial que desempeñan las mujeres, no ya como pacientes o beneficiarias sino como parte activa de esa sociedad civil que lucha para construir la paz.

“Las mujeres defienden sus derechos. Yo trabajo para que mis hijos puedan comer. Soy la muestra de ello”.

Jumana Ahmed Abid lamenta que algunas organizaciones hayan dejado de actuar o disminuido su actividad en la región.

“La guerra ha creado muchas enfermedades en el país”, dice. “Espero que la ayuda llegue a toda Siria, pero también aquí, sobre todo para las personas desplazadas”.

Es la lucha contra el olvido, de ella y de miles de personas.